Foto de riachuelo a lo largo del que paseé muchas veces. Tomada por mi en Lewes, Inglaterra, 2019.
Evocación de las pinturas prerafaelitas
En el año 2013, junto a un grupo
de personas hermosas, viajamos para llegar a las faldas del Salto Ángel.
Algunas subieron un trecho por sus laderas, otras nos quedamos abajo,
contemplando desde la otra orilla del río, el magnífico espectáculo de la
fuerza y movimientos de la naturaleza.
Hubo muchas oportunidades para el
silencio y la contemplación, acompañadas por el arrullo del río y la tibieza
del sol. La cúspide de esta experiencia de silencio sucedió para mi en el viaje
de regreso. Al llegar a cierto punto del río, quienes maniobraban la canoa
apagaron el motor y nos invitaron a escuchar y observar. Observé la densidad del verdor en las orillas
y la extensión hacia el interno del territorio, escuché la brisa suave que me
acariciaba el rostro, cerré los ojos y noté la intensidad de todo ello latir en
mi pecho, y aunque era muy sutil, percibí como la canoa se desplazaba
suavemente gracias a la corriente profunda del río. Jocosamente me dije “e pur
si muove”, sintiéndome cercana a Galileo Galiley en sentimiento.
Hoy revivo esa sensación, pero en
tierra firme, mientras reflexiono sobre las situaciones cambiantes que he
vivido y mi manera de vivirlas. En todas las situaciones, una manera de vivirme
declaró un final sin mi consentimiento. En todas sentí miedo, fracaso, y dudas.
En casi todas traté de “resolver” con esfuerzos excesivos. En todas busqué
acompañamiento que me facilitara ver lo que no sabía ver.
Todos estos años después, y aun
viviendo finales y reinicios, puedo percibir con claridad para mí, cómo las
viejas situaciones siempre estuvieron moviéndose hacia una transformación. Esos
finales me eran siempre anunciados a través de incomodidades que yo no
comprendía, y las minimicé con interpretaciones calmantes. Con cada final las
incomodidades se acentuaron y distingo como ellas mismas, con sus
características particulares, alimentaron una manera diversa de vivirme que a
su vez reorganizó asuntos de la vieja manera de vivirme.
¿Cómo me defino a mi misma si lo
viejo alimenta a lo nuevo que retroalimenta a lo viejo? Primero, uso la palabra
viejo a propósito, porque todos estos movimientos silenciosos como la corriente
del río que movía la canoa me acercan a esa edad humana en la que comenzamos a
llamarnos viejos. Pero pensando en que todo luce como un movimiento continuo
del que me doy cuenta solo en retrospectiva, no me puedo llamar vieja sino
envejeciendo. Es decir, no soy una cosa u otra, y así como denominamos
“procesos” a las conversaciones consecutivas en coaching y psicoterapia, yo
misma estoy en procesos.
Esta distinción me hace entrar en
las conversaciones de coaching con cada vez más foco en lo que va sucediendo en
el proceso dentro de mis clientes, de mí, y de nuestra interacción. En lugar de
vivirnos mutuamente como si fuéramos un computador que reiniciamos o de hablar
de “conexión” como si fuéramos cables eléctricos, o de buscar acciones posibles
demasiado rápido, después de haber remado a través de preguntas y reflexiones, la
invitación comienza a ser para ambos, hacer pausas, como el canoero en medio
del ancho río, para escuchar y dejar que las aguas imperceptibles de nuestra
vida interior nos anuncien aquello a lo que estamos siendo invitados a
continuación.
El río nunca es el mismo río y
sin embargo, el movimiento de sus corrientes es lo que garantiza la continuidad
de su existencia. Para ello, es importante aprender a pausar y escuchar
profundamente, para navegar sin dejarnos atrapar por la vorágine de la
velocidad como valor y recuperar nuestra capacidad para “lograr” desde
actitudes que faciliten la continuidad de lo que nos une, de lo que nos ayuda a
mantenernos unidos, del ritmo de nuestras relaciones, de la evolución en
nuestros roles y de cómo hacemos este viaje juntos.
“Cómo se llega es a donde se
llega”. El sombrerero en Alicia en el
país de las maravillas.