jueves, 13 de marzo de 2025

¿HACIA DÓNDE VAMOS?

 ¿Por qué necesitará uno que lo serio llame a la puerta para ser resignado y sencillo? Este pregunta la escrite la escritora venezolana Ana Teresa de la Parra en una carta a un amigo, y lo "serio" hace referencia a su diagnóstico de tuberculosis. 

Si bien en un "espíritu cristiano", como ella misma escribe en la carta, la resignación y la sencilles fueron una entrega a un proceso que inadvertidamente le permitieron "ser la que es".

No podremos nunca saber a ciencia cierta qué es lo que hace que algunas personas, al confrontarse con siatuaciones extremas, finalmente son capaces de verse a sí mismas en lo que realmente son. Y digo "algunas personas" porque no todas las personas asumen tal mirada ante circunstancias adversas.

En cualquier caso, mediante las vivencias que ciertas personas han tenido y las decisiones que han tomado posteriormente, podemos volver a mirar lo que hemos pasado por alto personal y colectivamente, y ser lo que en escencia somos, sin el velo cegador de las creencias culturales y los hábitos que a partir de éstas desarrollamos y que nos alejan de nuestras verdades más íntimas.

Un ejemplo de esto lo veo en el documental The Present, en el que Dimitri, quien tras un estudio genético descubre que tiene el gen de la enfermedad de Huntington, y decide embarcarse en un viaje que no solo lo hace encontrarse consigo mismo, sino con la vida toda. 

No todos estamos para gestos grandiosos como el de Dimitri, pero podemos, en nuestras vidas, conocer quienes somos en esencia y escuchar a lo que estamos siendo invitados por nuestra propia interioridad.

Para mi, "todos los caminos conducen a Roma": estar con otros, sentir a otros y reaprender a convivir. 



miércoles, 12 de febrero de 2025

CONTEXTO E IDENTIDAD

                                     



Todo lo que ocurre, ocurre dentro de un contexto. Es decir, nuestra manera de sentir, hablar, actuar, interactuar, nuestros valores, aquello a lo que le ponemos atención y aquello que descuidamos, surgen a partir de nuestra interacción con un contexto específico. A modo de ejemplo, podemos notar la diferencia en nuestra manera de interactuar en familia, con los diferentes amigos y con las personas en el trabajo. No decimos ni sentimos las mismas cosas o actuamos del mismo modo en las diferentes interacciones.

Sin embargo, se van desarrollando en nosotros valores subyacentes más o menos compartidos y a partir de los cuales vamos tomando decisiones, consciente o inconscientemente, estructurando una identidad a la que nos aferramos como si fuera fija. Por ejemplo, los acuerdos sociales de libertad de expresión y de religión, el derecho a la educación y la salud; y las prácticas cotidianas de respetar el lugar en la fila que estamos haciendo, no interrumpir al otro cuando habla, dar los buenos días, respetar la dignidad de las personas, etc.

Hay otro contexto que también define nuestras conductas y valores. El contexto económico-político, en el que las decisiones políticas están siendo conducidas alarmantemente por intereses de orden económico, y a costa del valor del bienestar, la dignidad y la vida de las personas.

No soy amiga de los extremos. Me da la impresión que, aunque aparentan estar en polos opuestos, están uno al lado del otro con paredes divisorias ideológicas que esconden su similitud en cuanto a las acciones que ejecutan y el sentimiento oculto desde el que operan. Estoy hablando del autoritarismo, por miedo a llamarlo totalitarismo, ese que hoy avanza tanto en Estados Unidos como en Venezuela y otros países. Uno con tono de extrema derecha, otro con discurso de izquierda, pero ambos negando la existencia de quien no está de acuerdo con ellos y queriendo conquistar espacios que en democracia son difíciles de obtener.

Querer comprarse un país, expulsar a los “ilegales” y llevarlos a las cárceles de El Salvador, mudar en contra de su voluntad a millones de personas para convertir la tierra en la que habitan en una riviera vacacional, salirse del Green Deal, de la OMS y de los acuerdos comerciales, negociar la paz a cambio de tierra que contiene minerales que le interesan, son a mi modo de ver, el ejemplo grotesco del valor del dinero como impulsor de las relaciones.

No me cabe duda de que todas las organizaciones mundiales necesitan reflexionar sobre los cambios que su modo de pensar y de estructurarse requiere para atender las necesidades del mundo actual. Pero salirse de todo es como vivir en un planeta que solo existe en las distorsiones cognitivas de quien quiere estar fuera, sin abrir espacio alguno a una reflexión sustancial o a diálogos profundos.

Es por esto que es importante que como personas y como ciudadanos, hagamos una lectura atenta de lo que nos ocurre al interactuar con la realidad circundante para descubrir en qué medida nuestros valores personales son comprados de los valores colectivos que nos llevan al desgaste personal, al deterioro de nuestras relaciones y a la erosión del planeta.

Sin minimizar la apremiante situación económica de muchas personas, familias y hasta países, en los que está a riesgo el bienestar mínimo y la vida, pensemos ¿Dónde realmente descansa para nosotros el bienestar? ¿Qué del poseer tiene sentido y qué no? ¿Qué cosas importantes sacrificamos en nombre del tener? ¿Es verdad que “tengo que”?

Si cierras los ojos por un buen rato y simplemente sientes tu interioridad, ¿qué surge para ti como un verdadero camino de bienestar? ¿Qué quieres hacer entonces para embarcarte en ello? ¿Qué está en tus manos para favorecer las relaciones humanas basadas en el cuidar?

jueves, 6 de febrero de 2025

E PUR SI MUOVE



Foto de riachuelo a lo largo del que paseé muchas veces. Tomada por mi en Lewes, Inglaterra, 2019.

Evocación de las pinturas prerafaelitas

En el año 2013, junto a un grupo de personas hermosas, viajamos para llegar a las faldas del Salto Ángel. Algunas subieron un trecho por sus laderas, otras nos quedamos abajo, contemplando desde la otra orilla del río, el magnífico espectáculo de la fuerza y movimientos de la naturaleza.

Hubo muchas oportunidades para el silencio y la contemplación, acompañadas por el arrullo del río y la tibieza del sol. La cúspide de esta experiencia de silencio sucedió para mi en el viaje de regreso. Al llegar a cierto punto del río, quienes maniobraban la canoa apagaron el motor y nos invitaron a escuchar y observar.  Observé la densidad del verdor en las orillas y la extensión hacia el interno del territorio, escuché la brisa suave que me acariciaba el rostro, cerré los ojos y noté la intensidad de todo ello latir en mi pecho, y aunque era muy sutil, percibí como la canoa se desplazaba suavemente gracias a la corriente profunda del río. Jocosamente me dije “e pur si muove”, sintiéndome cercana a Galileo Galiley en sentimiento.

Hoy revivo esa sensación, pero en tierra firme, mientras reflexiono sobre las situaciones cambiantes que he vivido y mi manera de vivirlas. En todas las situaciones, una manera de vivirme declaró un final sin mi consentimiento. En todas sentí miedo, fracaso, y dudas. En casi todas traté de “resolver” con esfuerzos excesivos. En todas busqué acompañamiento que me facilitara ver lo que no sabía ver.

Todos estos años después, y aun viviendo finales y reinicios, puedo percibir con claridad para mí, cómo las viejas situaciones siempre estuvieron moviéndose hacia una transformación. Esos finales me eran siempre anunciados a través de incomodidades que yo no comprendía, y las minimicé con interpretaciones calmantes. Con cada final las incomodidades se acentuaron y distingo como ellas mismas, con sus características particulares, alimentaron una manera diversa de vivirme que a su vez reorganizó asuntos de la vieja manera de vivirme.

¿Cómo me defino a mi misma si lo viejo alimenta a lo nuevo que retroalimenta a lo viejo? Primero, uso la palabra viejo a propósito, porque todos estos movimientos silenciosos como la corriente del río que movía la canoa me acercan a esa edad humana en la que comenzamos a llamarnos viejos. Pero pensando en que todo luce como un movimiento continuo del que me doy cuenta solo en retrospectiva, no me puedo llamar vieja sino envejeciendo. Es decir, no soy una cosa u otra, y así como denominamos “procesos” a las conversaciones consecutivas en coaching y psicoterapia, yo misma estoy en procesos.

Esta distinción me hace entrar en las conversaciones de coaching con cada vez más foco en lo que va sucediendo en el proceso dentro de mis clientes, de mí, y de nuestra interacción. En lugar de vivirnos mutuamente como si fuéramos un computador que reiniciamos o de hablar de “conexión” como si fuéramos cables eléctricos, o de buscar acciones posibles demasiado rápido, después de haber remado a través de preguntas y reflexiones, la invitación comienza a ser para ambos, hacer pausas, como el canoero en medio del ancho río, para escuchar y dejar que las aguas imperceptibles de nuestra vida interior nos anuncien aquello a lo que estamos siendo invitados a continuación.

El río nunca es el mismo río y sin embargo, el movimiento de sus corrientes es lo que garantiza la continuidad de su existencia. Para ello, es importante aprender a pausar y escuchar profundamente, para navegar sin dejarnos atrapar por la vorágine de la velocidad como valor y recuperar nuestra capacidad para “lograr” desde actitudes que faciliten la continuidad de lo que nos une, de lo que nos ayuda a mantenernos unidos, del ritmo de nuestras relaciones, de la evolución en nuestros roles y de cómo hacemos este viaje juntos.

“Cómo se llega es a donde se llega”.  El sombrerero en Alicia en el país de las maravillas.


viernes, 18 de marzo de 2022

LOS COLORES DEL VIVIR

Imagen tomada de http://r1.ufrrj.br/seminariopsi/kairos2019/



La velocidad a la que ocurren los cambios demanda de nosotros niveles de aprendizaje  complejos. Esto aplica tanto en el espacio personal como en el profesional y social. Los acontecimientos globales que comenzaron con la pandemia Covid develan la necesidad de atender lo verdaderamente importante y nos han puesto en jaque respecto a nuestros estilos de vida,  el ejercicio de la democracia, las ideologías capitalista y socialista y la sustentabilidad ecológica. 

En este escenario estamos siendo llamados a una revisión que requiere ir más allá de desarrollar competencias y habilidades para manejar los cambios: ¿Qué sociedad y qué mundo crearemos de ahora en adelante? ¿Qué personas seremos en ese mundo? ¿Se encarga ese mundo de pensar y actuar para el bien mayor?

Detrás del modo de conducir los asuntos colectivos sociales, políticos, económicos y ecológicos descansa una sombra de las mismas dimensiones de la idea de Progreso, defensa de los Derechos Humanos, Libertad y Democracia. En nombre de estos bienes mayores hemos desatado guerras y creado una división insoportable e insostenible ya. Éstas no son acciones nacidas de la luz de la conciencia sino desde su opuesto en un despliegue de actitudes como el racismo, el clasismo, el fanatismo, la homofobia, la avaricia, el feminicidio, la guerra y tantos otros horrores de los que están llenos los medios de prensa. Esto quiere decir que el blanco esconde todo lo negativo que asocia con una persona de otro color de piel en su propia sombra; que un rico esconde sus juicios sobre la pobreza en su sótano del alma y un hombre entierra muy profundo la imagen negativa de lo femenino que ha internalizado.

Por mucho que pretendamos unos y otros negarnos a nosotros mismos los contenidos de nuestras sombras, vale decir, todo aquello que despreciamos porque por la razón que sea nos parece negativo o diabólico, la verdad es que la sombra no es algo muerto y actúa a través de conductas como las arriba descritas. Esconderlas detrás de la escusa de la libertad de expresión es la forma más sofisticada de nuestra propia ceguera.

Además de la necesidad de abrir espacios de encuentro y conversaciones que faciliten la creación de puentes que podamos cruzar de ida y vuelta para una convivencia con características muy distintas a la que genera la violencia de nuestras sombras, necesitamos, mujeres, hombres y naciones, mirarnos con honestidad y conversar con nosotros mismos antes de enarbolar valores que resultan insustanciales tras la realidad de personas sin acceso a ningún tipo de bienestar, llevado hoy día a un extremo insoportable, doloroso y preocupante.

Sé que lo que estoy describiendo cae en el terreno de lo que no queremos leer, escuchar o ver, y desafía al optimismo forzado. Sin embargo, hay buenas noticias desde la sombra aunque para llegar a ellas, necesitemos también ver los grises y negros propios y colectivos.

La posibilidad creativa y creadora está en sombra, sobre todo en quienes más tomados por su lado oscuro están. La compasión, el amor, la empatía, la cooperación, la posibilidad del abrazo y del cuidado de la vulnerabilidad propia y ajena, también descansan en el sótano que espera que aparezcamos con una velita encendida para sacarlos de allí y ponerlos a buen uso. 

Culturalmente criados para competir, para obtener beneficios, para ganar dinero, para tener, tener, tener, todas las buenas cosas, desde la compasión hasta el cuidado por el otro, van hundiéndose en el subsuelo del alma personal y colectiva. En el mismo momento que hemos tenido un gran logro y nos sentimos muy orgullosos de nosotros mismos, aparece una semilla de todo lo opuesto: en algún momento nos sentimos un fraude o nos vamos inflando, creyéndonos superiores. No lo hacemos a propósito. La psique funciona así porque en nuestra naturaleza humana experimentamos todo tipo de emociones, nos gusten o no. La sombra es entonces un contrapeso que nos invita constantemente a la humildad y desde ella, a colocarnos al servicio de los movimientos de la propia alma para aprender y al servicio de la creación de una convivencia que aunque nunca estará desprovista de sombras, tenga los mecanismos de la auto-observación y la reflexión para reorientar las velas de nuestras naves y descubrir todos los colores de nuestra alma.

jueves, 26 de abril de 2018

DESDE OTRO LUGAR

Dos frases salieron involuntariamente de mi boca al partir de Venezuela,  hiladas por lo que la emoción  reconoce y que la mente tarda un poco en darle forma. La primera, al sentarme en el avión que me traería al otro lado del Atlántico, "Ahora sabré de qué estoy realmente hecha". La segunda, también al sentarme, esta vez en el tren que me traería de Madrid a Vigo: "Sagrado corazón de Jesús". La pregunta con respecto a mi destino late detrás de estas palabras.

¿Qué cosa es esta del destino? Me ronda esta  pregunta  mientras me centro en los anhelos de mi esposo y míos. Surgen los miedos y aun siento la tristeza de la despedida de los espacios y las personas que fueron testigo de mi andar y donde y con quienes tejí afectos. Esta mañana, al despertar, la palabra Moiras salió de mi boca involuntariamente. Ya mis dedos no pudieron detenerse. Tengo que escribir, me dije. Es mi manera de seguir hilando una vez que por fin sale una palabra que se me muestra como punta de una madeja de hilo.

En la mitología griega hay narraciones sobre las Moiras, las tejedoras del destino de los mortales. Ellas controlan el hilo de la vida, y reparten las obras y un trozo de ese hilo a cada persona al nacer. Las Moiras son tres: Láquesis mide con una vara la longitud del hilo de la vida, Cloto lo hila con una rueca y un huso y Átropos , lo corta. De las tres, solo la última trata con lo inevitable: la muerte. Eso significa átropos, lo inevitable, lo que deja de girar, lo que finalmente se detiene.

Todas las culturas han desarrollado mitos que explican para cada una, el sentido de la vida, cómo ocurren las cosas y la conducta humana. Uno de los poderes del mito yace en su capacidad, mediante las imágenes que lo pueblan, de transmitir el conocimiento sobre nosotros mismos como especie y en relación con la vida. En su núcleo se encuentra una simbología que es tan antigua como actual. Al escuchar o leer el relato de un mito de algún modo nos sentimos conmovidos. ¿Cómo es posible que lo que vivieron los griegos, los sumerios, los africanos, los asiáticos y los esquimales se parezca tanto a lo que ahora vivo yo y muchos otros? El mito nos devela la semilla que compartimos en todas las latitudes y las imágenes de cada mito nos muestran la expresión de esa semilla en cada cultura. 

Parece un determinismo decir que la semilla es común, así como destino parece una palabra determinista. De ser así, nuestra única acción sería la espera y nuestro sentimiento predominante, la resignación. Destino y futuro son palabras que nos recuerdan a la incertidumbre. ¿Qué hay más allá del hoy? ¿Quién seré mañana?  Mi interpretación del relato sobre las Moiras es que destino y futuro se tejen hasta que ya no tenemos más tiempo para tejer y el hilo se rompe para volver a formar parte del humus y así, siempre en la vida.

Estas tres figuras femeninas vestidas de blanco están en nuestro firmamento interior. 

Somos algo parecido a Cloto. Nos han dado un hilo de vida de cierta longitud que un día será cortado y mientras tanto, giramos la rueca. Creemos que nuestras ideas, decisiones y acciones son enteramente nuestra creación. Tomamos decisiones y actuamos con la sensación interna de ser nosotros los hacedores de nuestro destino.  En un sentido lo somos, mas en otro, nuestra vida es tejida por aquella semilla común de relatos infinitos. 

Siento a estas mujeres de blanco en el pecho. Blancas como un lienzo sin pintar, igual al mini lienzo que sin saber porqué compré y puse sobre el escritorio que mi amiga puso en el cuarto que me acoge en su casa. Ante él, surgió la necesidad de pintar un punto rojo en una esquina. Cloto sostiene sin duda mis manos y siento a Láquesis y a Átropos en mi vulnerabilidad.

Sintiéndolas a las tres, cada una en su función, comprendo que hay una separación de los espacios por los que me era costumbre andar y una separación de los amigos y la familia con quienes tejí lazos, pero no una ruptura, porque la rueca sigue hilando. Nuevos lugares y nuevas gentes se me irán mostrando en el hilar que continúa e iré sabiendo qué me habita y si sabré relacionarme con ello con compasión.




















viernes, 20 de octubre de 2017

TESTIGOS ETERNOS

Algo me hace ceder.

Hay dos testigos en la esfera celeste y el manto de agua densa cae sobre mi. Pesa sobre mis huesos.

Se descarga el cielo de su furia de agua y ahora las gotas son casi un rocío. Sigo afuera, mojándome, y me dejo caer suave sobre el barro que recibe mi forma y mis dimensiones. Me permite acomodarme en su regazo esta madre grande, este útero que ama. Descanso. Suspendidos los ruidos, vuelvo a encontrarme con un hilo que lo hilvana todo.

Me conmueve que esta esfera azul le hable claramente a mi corazón y éste a ella, para agradecerle. Es toda continente. Una cuna gigante que el sol divisa a lo lejos como un punto de su galaxia y a mi, no me conoce. No sabe ni le importa mi nombre. Me siente, como yo a ella, como presencia necesaria, testigos mutuos de lo viviente.

Otro testigo aguarda. El disco plano de luz en el cielo negro de la noche no me muestra su preñez. Esconde su panza, siempre oscura, útero primero. Sin darme cuenta me pregunto por el lado de atrás de mi corazón. Me sorprende una exhalación que me hace percibir los latidos hacia mi espalda que llegan hasta los huesos de mi columna.  El aire sale y me invita a una fiesta calma.

Todo baja,  cede, se abre,  se humedece. Hay un concierto armónico dentro de mi que me dirige y mueve al líquido rojo dentro de mis venas,  al aire blanco que me afloja y a la masa negra dentro de mis huesos que como el otro lado de la luna,  solo puedo intuir desde las pulsiones de mi corazón. 

Me preña la luna