miércoles, 12 de febrero de 2025

CONTEXTO E IDENTIDAD

                                     



Todo lo que ocurre, ocurre dentro de un contexto. Es decir, nuestra manera de sentir, hablar, actuar, interactuar, nuestros valores, aquello a lo que le ponemos atención y aquello que descuidamos, surgen a partir de nuestra interacción con un contexto específico. A modo de ejemplo, podemos notar la diferencia en nuestra manera de interactuar en familia, con los diferentes amigos y con las personas en el trabajo. No decimos ni sentimos las mismas cosas o actuamos del mismo modo en las diferentes interacciones.

Sin embargo, se van desarrollando en nosotros valores subyacentes más o menos compartidos y a partir de los cuales vamos tomando decisiones, consciente o inconscientemente, estructurando una identidad a la que nos aferramos como si fuera fija. Por ejemplo, los acuerdos sociales de libertad de expresión y de religión, el derecho a la educación y la salud; y las prácticas cotidianas de respetar el lugar en la fila que estamos haciendo, no interrumpir al otro cuando habla, dar los buenos días, respetar la dignidad de las personas, etc.

Hay otro contexto que también define nuestras conductas y valores. El contexto económico-político, en el que las decisiones políticas están siendo conducidas alarmantemente por intereses de orden económico, y a costa del valor del bienestar, la dignidad y la vida de las personas.

No soy amiga de los extremos. Me da la impresión que, aunque aparentan estar en polos opuestos, están uno al lado del otro con paredes divisorias ideológicas que esconden su similitud en cuanto a las acciones que ejecutan y el sentimiento oculto desde el que operan. Estoy hablando del autoritarismo, por miedo a llamarlo totalitarismo, ese que hoy avanza tanto en Estados Unidos como en Venezuela y otros países. Uno con tono de extrema derecha, otro con discurso de izquierda, pero ambos negando la existencia de quien no está de acuerdo con ellos y queriendo conquistar espacios que en democracia son difíciles de obtener.

Querer comprarse un país, expulsar a los “ilegales” y llevarlos a las cárceles de El Salvador, mudar en contra de su voluntad a millones de personas para convertir la tierra en la que habitan en una riviera vacacional, salirse del Green Deal, de la OMS y de los acuerdos comerciales, negociar la paz a cambio de tierra que contiene minerales que le interesan, son a mi modo de ver, el ejemplo grotesco del valor del dinero como impulsor de las relaciones.

No me cabe duda de que todas las organizaciones mundiales necesitan reflexionar sobre los cambios que su modo de pensar y de estructurarse requiere para atender las necesidades del mundo actual. Pero salirse de todo es como vivir en un planeta que solo existe en las distorsiones cognitivas de quien quiere estar fuera, sin abrir espacio alguno a una reflexión sustancial o a diálogos profundos.

Es por esto que es importante que como personas y como ciudadanos, hagamos una lectura atenta de lo que nos ocurre al interactuar con la realidad circundante para descubrir en qué medida nuestros valores personales son comprados de los valores colectivos que nos llevan al desgaste personal, al deterioro de nuestras relaciones y a la erosión del planeta.

Sin minimizar la apremiante situación económica de muchas personas, familias y hasta países, en los que está a riesgo el bienestar mínimo y la vida, pensemos ¿Dónde realmente descansa para nosotros el bienestar? ¿Qué del poseer tiene sentido y qué no? ¿Qué cosas importantes sacrificamos en nombre del tener? ¿Es verdad que “tengo que”?

Si cierras los ojos por un buen rato y simplemente sientes tu interioridad, ¿qué surge para ti como un verdadero camino de bienestar? ¿Qué quieres hacer entonces para embarcarte en ello? ¿Qué está en tus manos para favorecer las relaciones humanas basadas en el cuidar?

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