Si
sientes una insatisfacción crónica con la vida que llevas y que sigues llenando
de cosas sin saber exactamente qué es lo que está faltando; o sientes un vacío
en las relaciones personales que comienzas a reconocer como convencionales, superficiales
y hasta utilitarias; o con demasiada frecuencia reclamas a otros por algo que “no
te dan”; o todo el mundo te parece un caos del que no quieres formar parte
porque no hay nada en él que valores como nutritivo para tu vida; o – en la versión
más tecnológica, te quejas por lo lenta de la conexión de internet, por el
whatsapp que no funciona, y porque solo tienes 3G de conexión en los teléfonos
celulares, de los que tienes dos por si uno no tiene señal y andas en la calle
y necesitas pedir ayuda, las señales son claras: la vida tal y como la llevas,
va perdiendo su sentido. Nada es suficiente.
Es
un momento de vida que habla de lo que no recibimos o no tenemos, de angustia,
de apuros, de estrés, de prioridades caóticas, y de un desconocimiento de
quienes somos en realidad. Es un momento que podemos experimentar como una
crisis cuando todo el foco está puesto en el afuera, sin un solo rayo de luz
hacia ese oscuro continente que es el adentro, que por oscuro, parece tener
mala fama.
En
principio es oscuro porque no le prestamos atención y lo que es peor aún, ni
siquiera aparece en el campo de nuestra conciencia –no existe. La buena noticia es que no todo lo que
llevamos dentro es veneno, la mala es que si, encontraremos veneno también, que
si sabemos digerir en un sentido psicológico y de alma, operará como un remedio
homeopático –aquello que nos enferma es lo que nos sana, pero no en el sentido
preventivo de una vacuna.
Para
que tal “sanación” ocurra, hay que disponer de algunas actitudes: atención,
miedo, humildad y aceptación.
Si
no prestamos atención, por supuesto que no se estará mirando o escuchando a
nada. El camino nunca comenzará y solo seguiremos viviendo la misma
insatisfacción, seguiremos llenándonos de objetos en vez de vínculos, y para nutrirnos seguiremos buscando en el afuera lo que no tiene para permitirnos
avanzar en este proceso. Demencia, gritó alguien!
Si
no tenemos miedo, tampoco tendremos coraje ni el grado necesario de prudencia.
Los buzos que entran a cuevas subterráneas de agua, donde la luz que alumbra el
camino es un pequeño faro que llevan en sus frentes, lo hacen con mucha
lentitud y cuidado, explorando el espacio no solo con la mirada sino también
con el tacto, conociéndolo poco a poco. No creo que lo hagan así sospechando
que allí haya algún monstruo marino. Creo que lo hacen para garantizarse un
camino de salida, en lo cual no pensarían si arremetieran contra el espacio
acuático con el dinamismo de un soldado de guerra que solo ve enemigos delante
de sí.
Cuando
nuestro desconocido es el propio ser, el miedo es sin duda mayor al de los
buzos, y le acompañan en proporción el coraje y la prudencia. Saber sobre
nosotros mismos no es tarea simple. Asumir responsabilidad por el estado de las
cosas en nuestro interior requiere la energía del coraje para dar los pasos
hacia adentro cuando somos llamados a ello, y de la lentitud necesaria para conocer los rincones de nuestra alma lo suficiente como para poder entrar y salir.
La
humildad, si no la tenemos, nos será dada, a veces a palos, cortándonos la
cabeza, dejándonos desorientados, despojados de todo conocimiento de las cosas
tal y como eran. Vivir bajo una corona es vivir bajo una circunferencia muy
estrecha. El alma sabe esto, y el ego necesita aprender a ensanchar esa circunferencia
dialogando –para echar mano de la metáfora – con los plebeyos, quienes resultarán
ser sabios cargados de enseñanzas.
Después
de todo esto, casi que no queda más alternativa que la aceptación, primero un
poco a regañadientes, pero en la medida que avanzamos en este recorrido, la
aceptación se siente natural, junto con la variedad de emociones que puedan
producirnos esos diálogos con los plebeyos. En la aceptación no hay disfraces.
La tristeza es la tristeza, la rabia es la rabia, la envidia la envidia, y el
amor es el amor. Se siente todo esto, y se acepta porque sí, es parte de
quienes somos, y finalmente hemos escuchado sus voces y sus enseñanzas para
nosotros: contener nuestra experiencia interior en lugar de negarla; observarla, comprender sus razones, y darle su lugar en nuestra alma.
En
esencia, lo que aprendemos es a amar y a ser compasivos con nosotros mismos. En esta manera de vivirnos, una conversación
cara a cara es preferida al chat, la prisa pierde sentido, el mundo es nuestro
espejo, la responsabilidad descansa dentro de nuestro propio corazón, y queremos estar en silencio y a solas bastante rato.
Así
que, vuelve a leer el primer párrafo de este texto, y si sientes alguna de las
cosas allí mencionadas, felicidades, has sido llamado a escucharte!
Excelente reflexión querida María, los tiempos para vernos son de eterna vigencia, sin embargo las horas presentes, son un escenario de incalculable valor para ello. Gracias! Nahir
ResponderEliminarCasi sin palabras, me quedé... Gracias... Mis Vísceras sintieron las tuyas... Es la Consciencia de la Vida expresándose en tus dedos
ResponderEliminar... El vinculo con La Vida tan deseado, tan escurridiso por confundirla con su forma,... Bendita atención inmaculada, remedio ancestral de salvación
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